domingo, abril 23, 2006

The day the music died

Hoy no voy a hablar de música, a pesar del título. Dicen que en la canción "American Pie", Don McLean se refirió así a la muerte de Buddy Holly. A mí me recuerda a la primera vez que tuve que digerir la muerte como algo real.

Entendámonos, para mí la muerte siempre ha estado presente en la vida, como buen gallego (dicen). No me criaron creyendo que me fuese a estallar la cabeza por oír que alguien se hubiese muerto, y ya desde muy pequeño era (como sigue siendo) habitual en las conversaciones de mis familiares hacer algún que otro repaso de cuánta gente se había mudado de barrio recientemente. Incluso a alguna persona cercana a mí ya le había tocado el boleto. Pero el día al que me refiero fue la primera vez que noté el impacto de saber que no volverás a ver a un ser muy querido, muy próximo.

Mi abuelo estaba enfermo, aunque ni a él ni a mí nos habían dicho cuanto. En fin de año tenía molestias y, según supe después (él no), hacia el 5 de enero ya le habían diagnosticado un cáncer terminal con metástasis. Murió el 10 de enero, sin darme tiempo a despedirme, sin saber que se iba...

Por aquel entonces estábamos viviendo en casa de mis abuelos ("el abuelo está enfermo, la abuela no da abasto..."), así que al salir del instituto y después de recoger a mi hermano en la estación, volvimos a casa de mis abuelos para descubrir que una ambulancia se llevaba a mi abuelo al hospital. A partir de ese momento empieza la neblina. Ajetreos, carreras. Todo el mundo se va a escape mientras mi hermano y yo nos quedamos comiendo. No suelo perder el apetito por nada, pero en este caso creo que ni siquiera me había dado cuenta aún de lo que pasaba. Entre todo el ajetreo habían llegado las vecinas, que muy amables se ocuparon de recoger y fregar. Sólo nos dio mala espina que cuando acabaron con los platos empezaron con el resto de la casa, baldosa a baldosa.

Mi hermano y yo nos metimos en el salón y estuvimos cosa de una hora o dos sin cruzar palabra. Creo que ahí ya nos habíamos hecho a la idea de lo que pasaba y de lo que iba a pasar, y nos dimos cuenta de que el trastorno obsesivo con la limpiza de nuestras vecinas se debía a que preparaban la casa para el velatorio, a conciencia. Algún tiempo después, soy incapaz de precisar cuánto, sonó el teléfono y comenzamos a oír sollozos. No sé mi hermano, pero yo ya lo sabía de alguna forma. Cuándo alguna de ellas sacó valor para venir a hablar con nosotros, nos levantamos como autómatas y antes de que dijera nada (creo recordar) dijimos casi al unísono "Lo sabemos" (o quizá sólo lo pensamos, los recuerdos son difusos). La música había muerto hacía casi una hora.

No me voy a extender aquí con cuánto echo de menos a mi abuelo (hay gente de sobra que lo sabe), ni quiero llevar esta narración hasta el entierro o después, pues el momento que quería contar ya ha llegado. No importan los pésames, la desmedida cantidad de gente que había en el velatorio (que finalmente no fue en casa) ni cuánto me enfadé conmigo mismo al descubrirme bromeando en el tanatorio. Todo eso es después, ya lo había digerido.

Es curioso, pero no recuerdo todo eso con especial tristeza, sólo que me gustaría que mi abuelo hubiese conocido a mi novia, hubiese asistido a mi graduación, hubiese visto a mi hermano convertido en médico (y conocido a su novia también)...

Y eso es todo. Triste para los que nos quedamos, alegre cuándo recordamos a los que se fueron, pero nada traumático de por sí. Hubo muertes antes y hubo muertes después, pero esa fue la primera que comprendí, la primera que viví.

Espero no haber despertado recuerdos desagradables. Simplemente tenía que contarlo.

miércoles, abril 12, 2006

El hombre y la máquina

En condiciones normales, ahora tocaría una buena retahíla de explicaciones, explicando que no he tenido tiempo por las prácticas y demás historias, pero ni me apetece hablar de eso ni a vosotros escucharlo, por lo que pasaremos a otros asuntos un poco menos muermos.

Entre las cosas que quería poner aquí en este tiempo se encuentra mi apasionante combate contra el cajero automático, sólo espero recordarlo en todo su esplendor...

Era un día de lluvia y cerré tras de mí la puerta de la guarida del cajero. Yo lo miré, su monitor ni siquiera parpadeó... El tiempo se congeló un instante, para luego recuperar una fluidez viscosa y ralentizada mientras en mi cabeza sonaban aquellas palabras que no oía desde tiempos del Street Fighter II: "Round one, ¡¡Fight!!".
Saqué mi tarjeta y ataqué con ella la ranura de mi oponente (sabiéndolo su punto débil). Fue un movimiento ágil y fugaz, con el que esperaba tomarlo por sorpresa y, ante su aparente indefensión, procedí a ejecutar el combo de mi PIN, observando como su pantalla delataba la pérdida de energía. Sólo me faltaba arrancarle el dinero y el combate sería mío, pero el muy HDP se guardaba un as en la manga: "No es posible acceder a la red temporalmente, inténtelo más tarde". "Draw game", el Street Fighter seguía en mi mente mientras recuperaba mi tarjeta (quiero decir, arma reglamentaria).
"Temporalmente, ya... Ahí la has cagao" pensé para mis adentros. Sin dar tiempo a mi enemigo para recuperar el aliento, en un osado movimiento cargué de nuevo, jugándome la vida y la integridad de mi tarjeta. Mi adversario se defendió bien, y ya empezaba a correr un sudor frío por mi espalda al ver que, tras aplicar nuevamente el combo-PIN, no me llamaba por mi nombre y mostraba un repertorio de operaciones reducido. Decidí no dejarme amedrentar por lo que se prometía un creditus interruptus con pérdida de tarjeta ("Por mis cojones que me suelta la pasta") y tecleé el importe deseado. Casi pude oír el crack con el que la entereza de mi adversario se hizo añicos mientras me daba mi dinero y un ticket en el que no aparecía un resumen de mi cuenta, y soltaba a regañadientes mi tarjeta ("Haruma wins"). Antes de salir, reparé que le había hecho una pantalla nueva a ese engendro: "Fuera de servicio", ponía ahora ("Fatality").
Y así, cual Ryu victorioso sobre Bison, me alejé con mi mochila al hombro, bajo una fina lluvia y dando la espalda a lo que quedaba de un adversario derrotado.

Supongo que muchos de vosotros pensaréis que se me ha ido la pinza, pero esta clase de triunfos del hombre sobre la máquina hacen que te iergas mirando al horizonte mientras el viento revuelve tus cabellos y suspires triunfador... Como cuando logras montar un mueble de IKEA. Cuantas más piezas te sobren y más arañazos adornen tu piel, mejor. "¿Quién necesita diez tornillos? Yo lo he conseguido con cuatro", y te quedas como se quedarían nuestros antepasados después de forrar a lanzazos a un mamut (no sabéis lo peligrosos que se pueden poner los muebles de "hágalo usted mismo").

Queda abierta la veda, cualquiera que tenga historias de cacharros o interesantes anécdotas del Street Fighter II puede aprovecharse salvajemente de la sección de comentarios, no os cortéis.

Por último, un anuncio de las páginas de sociedad. Habréis advertido la desaparición del enlace a Noe's World. No hay ningún incidente diplomático, se trata simplemente de que ha abandonado una vida de miserias (MSN Spaces) para renacer gloriosamente en algún lugar mejor. En cuanto se produzca la resurrección (muy adecuada en estas fechas), reencarnación (siempre da un toque zen) o lo que sea, lo sabréis tan pronto como yo lo sepa.

Nos veremos en breve...