jueves, julio 10, 2008

En la ciudad de los gafapastas

Durante unos días he estado infiltrado en territorio enemigo a la caza del crédito perdido. Media docena de conferencias sobre otras tantas películas, con el consiguiente coloquio pegadito se me antoja un precio demasiado alto por un crédito ridículo, pero ajo y agua.

Los más cinéfilos puede que hayáis identificado el título de esta entrada con el de la película sobre la que ha tratado la primera charla "En la ciudad de Silvia". No quiero malentendidos sobre este punto: no he visto la película, y no tengo opinión sobre ella (ni positiva ni negativa). La metralla del título no va para el director, por hacer una película poco convencional, ni contra ningún aspecto de la película, sino contra la pléyade de contertulios, en el peor sentido de la palabra, que se apuntan al coloquio posterior. Porque pueden presumir de vena cinéfila y cultureta, pero desconocen lo básico del idioma español.

Un debate, un coloquio, se basa casi por definición, en el intercambio de opiniones entre los asistentes, en plantear cuestiones y preguntas que fomenten la participación y generen información útil. Sin embargo, nuestros especímenes sólo intercambian sentencias, poses, escudándose en muletillas del estilo de "Hay un aforismo que acuñó Truffaut...". ¿Para qué organizar un coloquio abierto a cualquier alumno? Supongo que para obtener fondos de la Universidad. Así que, básicamente, nuestra matrícula le está pagando la fiesta a un par de cineastas frustrados, sus amiguitos los críticos y demás coleguillas.

Si de verdad quisiesen hacer algo para el público en general, podrían organizar proyecciones de las películas, con coloquios posteriores, pero eso supondría que los señores AdoroElSonidoDeMiVoz tendrían menos oportunidades de pontificar, y se verían obligados a intercambiar opiniones, en lugar de intentar sentenciar la suya.

Mención aparte merece la penosa organización, falta de configuración adecuada de los medios técnicos y la falta de respeto a los ponentes de los propios organizadores (y compañía). Hablar entre sí, levantarse del sitio y darse un paseo por la sala o sonarles el móvil en repetidas ocasiones no les ocasionó ni un asomo de sonrojo. Sin embargo, en el segundo día de las charlas, cerraron las puertas para que nadie pudiese entrar tarde (¿será para no ocasionar molestias?).

Como ya habréis adivinado, esta entrada es puramente un "rant", puesto que necesitaba despotricar un poquito. Así que disculpadme por calentaros las orejas. ¡Groarrrr!