Hoy vamos a analizar tres conceptos similares en la filosofía de vida del pringao. A saber: la teoría del tablón (cósmico), el capullo del matasuegras y el "reality check".
Los dos primeros se los tomo prestados a un colega, que la sabiduría que se encuentra entre amigos pertenece a todo el grupo.
La teoría del tablón cósmico viene a decir que (según mi interpretación personal) por cada persona, existe un tablón de dimensiones respetables y consistencia dolorosa girando en el espacio, la cuarta dimensión, el universo rápido o donde quiera que se vayan los tablones a tomarse cañas. Tú no lo ves a él, pero el sabe donde estás tú. Sigues con tu vida feliz y, cuando parece que lo tienes todo encarrilado, el jodío tablón entra en barrena y adquiriendo incandescencia al penetrar en la atmósfera (¿por qué cojones no se quema?) viene girando a plantarse sobre to cráneo, dejándote cara de gilipollas y un chichón de órdago. Para cuando vuelves a ser persona (si tal era tu estado anterior), tu castillito de naipes se ha ido a tomar por culo, y vuelta a empezar, que Sísifo sentó escuela.
Tenemos a continuación al capullo del matasuegras. Ésta es una teoría ligeramente más cínica que la anterior, y si la otra era física, esta es teológica. Dice la hipótesis que plantea mi colega que Dios (el de los cristianos o el que rija) se pasa el día sentado con un matasuegras en una mano y una carraca en la otra. Como no tiene tele se dedica a espiar lo que hacemos (según de la versión de mi colega, a él) y como de haber tele, mejor interactiva, el manda un politono para que te nominen a joderla bien jodida. Puedes reconocer que te ha hecho la cama porque en ese momento el amiguete agita la carraca y toca el matasuegras entre carcajada y carcajada. Ese atronador sonido que nadie más oye te vuelve como can hidrofóbico, y quién esté a tu alrededor puede ver que los ojos se te inyectan en sangre y tu boca mana espuma. Puestos a dibujar más el retrato del capullo del matasuegras, yo me lo imagino como el "Dios mío" de "El Jueves". Cada uno a lo suyo.
Por último tenemos el "reality check". Según he leído en alguna parte (en este momento me es imposible poner el link), un "reality check" es una técnica para intentar adquirir conciencia mientras sueñas y tener así sueños lúcidos (esos en los que haces lo que te de la gana con sólo pensarlo). La técnica consiste en comprobar periódicamente algún detalle trivial de tu vida, puesto que como los sueños son cambiantes, puedes detectar que no estás despierto y así llegar a la conciencia... Pero fuera de Matrix, un "reality check" tiene una dirección idéntica pero un sentido inverso. Es decir, es la realidad la que decide que espabiles, y como no fue a la escuela de pago, te lo comunica con un amable bofetón capaz de los de seis dedos. Es lo que tiene la realidad, muy buenas intenciones pero unos modales un tanto rudos...
A la pregunta "¿Pa que coño nos cuenta tres veces la misma cosa?", el autor responde que porque hoy ha tenido un reality check de órdago, y el polígrafo dice... que a las tres de la mañana no son horas de trabajar. Expliquémoslo mediante una pequeña metáfora.
Hoy ha venido un señor muy amable y me ha dicho que si construyo un castillo de naipes en dos horas y pico y le enseño los papeles del seguro, el me da un premio que me hace falta y mucha ilusión, y que además podré no volver a hacer castillos de naipes nunca más si no quiero. Como parece un chollo, acepto. Los papeles del seguro ya están a punto y comienzo con el castillo, que dejo niquelado en hora y media. El señor generoso está ocupado, así que me tiro la siguiente hora y pico rascándome por donde me apetece, amén de velar que una ráfaga de aire no me joda el castillo y que los papeles estén en regla. Cuando por fin aparece el amiguete, me dice que los papeles preciosos, pero que al castillo le falta una carta en la base, y que así no vale. Yo le hago notar amablemente que ya no tengo cartas ni tiempo, que me doy cuenta y sé como subsanarlo, pero que si quito cualquier otra carta, el castillo se va a tomar por culo, y mejor adosado en mano que palacete volando. El hombre expone amablemente que ajo y agua y que tome viento que él invita. Hasta aquí hemos llegado y vuelve para la siguiente edición del concurso.
Nos ha jodido. Y así, con esa cara de tonto, veo de reojo como la realidad se está frotando la mano, que se le ha quedado caliente del "reality check" que me ha dao. Que seguro que se lo manda el capullo del matasuegras porque el tablón perdió el puente aéreo y lamenta no estar para darme el finiquito. Supongo que no valdrá de mucho que a estas alturas del partido le explique al trío arbitral que esa mísera colleja que no se han resistido a mandarme me ha jodido los planes para todo el año que viene, así que toca resignarse y empezar a colocar cartas de nuevo, en 3-D y con lucecitas.
Por cierto, ¿alguien sabe cómo mantener a raya un tablón que se precipita sobre tu cabeza a una velocidad próxima a la de la luz en el vacío? Y ya puestos a preguntar: si un tablón estándar puede pesar unos diez kilos y se desplaza a la velocidad de la luz ¿por qué me golpea sólo a mí y no hace un cráter donde antes había un planeta? El colega Einstein dice que a la velocidad de la luz, la energía es infinita, y no voy a ser yo el que contradiga a un caballero tan bien peinado.
Si alguien quiere explicarme algo sobre la dinámica de la madera con cinética lumínica, bienvenido sea. Mientras tanto me he comprado un paraguas, que siempre es mejor que nada.
jueves, septiembre 21, 2006
Agotamiento mental
¡La vida pirata es la vida mejor!
¡No hay que estudiar!
¡Ni trabajar!
¡Con la botella de ron!
Esta alegre incitación al alcoholismo es una canción de acampada de mi tierna juventud, pero resume lo que mucha gente piensa de la vida de estudiante. No es que sea el trabajo más duro (suelo decir que me dedico a esto porque me da pereza colocar ladrillos), pero también tiene su miga. Cierto, no tienes que cargar pesos como una mula, pero implica un desgaste mental nada despreciable.
Mi carrera es una ingeniería (aunque no de las clásicas). En ingeniería, la el tiempo se convierte en un ciclo infinito: te proponen un problema, te descuernas hasta encontrar la solución, la construyes y disfrutas tu miniorgasmo antes de que caiga el siguiente encargo. Ésta es la principal fuente de dolores de cabeza, puesto que una vez planteado el problema se vuelve casi imposible desconectar de él (al menos durante un periodo de tiempo razonable). Se sabe de gente que sueña con el problema, e incluso alguna vez sueña la solución. Tenemos pues que durante la fase de búsqueda de la solución no hay descanso para tu pobre cabecita, pero el segundo gran problema viene dado precisamente por ser estudiante.
Este segundo gran problema se llama continuidad. Tal como están diseñados los cursos, una vez acabas de solucionar un problema (siempre con fecha límite) ya te han planteado el siguiente. No hay descanso, nada de recobrar el aliento. Además, a poco que seas un pelín mediocre (los de la mitad de la tabla, saludemos), vas arrastrando una propinilla para septiembre, con lo cual consigues que tu nivel de esfuerzo/concentración nunca descienda de un mínimo. En mi caso llevo entre seis y siente años sin un descanso verdadero que dure más de un par de días, y me he dado cuenta de que eso me provoca un cierto bloqueo intelectual. Es tan frustrante que hasta me hace cuesta arriba lo que yo creo que será mi último año.
Podréis decirme que el mundo laboral no va a ser ningún camino de rosas, y seguramente será cierto, pero hay dos razones por las que eso no me importa ahora: la primera es que suelen asustarme más las desgracias inminentes que las venideras (cada cosa a su tiempo, ante todo mucha calma, etc.). La segunda es que entonces ya no viviré de prestado; no tendré que rendir cuentas más que a mí mismo, y eso siempre quita presión.
Supongo que estaréis buscando vuestras etiquetas de "EXAGERADO" para ver si le ponéis la cola a este burro. Bien, dejadme que os cuente una anécdota:
Una amiga mía suele bromear con respecto al trabajo de los informáticos: "Ah, sí, vosotros arregláis lavadoras ¿no?". El otro día salió esto a colación mientras hablaba con un colega (de profesión y estudios). Él, a punto de acabar la carrera, resopló y dijo: "Que quieres que te diga, si me pagasen lo mismo, preferiría arreglar lavadoras".
No tenemos un bisturí en la mano, no sentimos esa clase de tensión, pero si alguno de vosotros se ha puesto en plan tozudo intentando resolver un crucigrama o un jeroglífico difícil sin conseguirlo, multiplicad esa sensación de ahogo por cien, por mil o por lo que queráis y ahí nos veremos. La mayor parte del tiempo es como estar mirando los focos del camión que te va a atropellar: sabes que tienes que actuar cuanto antes, pero parece que te hayan lastrado con una tonelada.
Así que me despido de vosotros y me dispongo a dar cabezazos a la mesa ¡con la botella de ron!
¡No hay que estudiar!
¡Ni trabajar!
¡Con la botella de ron!
Esta alegre incitación al alcoholismo es una canción de acampada de mi tierna juventud, pero resume lo que mucha gente piensa de la vida de estudiante. No es que sea el trabajo más duro (suelo decir que me dedico a esto porque me da pereza colocar ladrillos), pero también tiene su miga. Cierto, no tienes que cargar pesos como una mula, pero implica un desgaste mental nada despreciable.
Mi carrera es una ingeniería (aunque no de las clásicas). En ingeniería, la el tiempo se convierte en un ciclo infinito: te proponen un problema, te descuernas hasta encontrar la solución, la construyes y disfrutas tu miniorgasmo antes de que caiga el siguiente encargo. Ésta es la principal fuente de dolores de cabeza, puesto que una vez planteado el problema se vuelve casi imposible desconectar de él (al menos durante un periodo de tiempo razonable). Se sabe de gente que sueña con el problema, e incluso alguna vez sueña la solución. Tenemos pues que durante la fase de búsqueda de la solución no hay descanso para tu pobre cabecita, pero el segundo gran problema viene dado precisamente por ser estudiante.
Este segundo gran problema se llama continuidad. Tal como están diseñados los cursos, una vez acabas de solucionar un problema (siempre con fecha límite) ya te han planteado el siguiente. No hay descanso, nada de recobrar el aliento. Además, a poco que seas un pelín mediocre (los de la mitad de la tabla, saludemos), vas arrastrando una propinilla para septiembre, con lo cual consigues que tu nivel de esfuerzo/concentración nunca descienda de un mínimo. En mi caso llevo entre seis y siente años sin un descanso verdadero que dure más de un par de días, y me he dado cuenta de que eso me provoca un cierto bloqueo intelectual. Es tan frustrante que hasta me hace cuesta arriba lo que yo creo que será mi último año.
Podréis decirme que el mundo laboral no va a ser ningún camino de rosas, y seguramente será cierto, pero hay dos razones por las que eso no me importa ahora: la primera es que suelen asustarme más las desgracias inminentes que las venideras (cada cosa a su tiempo, ante todo mucha calma, etc.). La segunda es que entonces ya no viviré de prestado; no tendré que rendir cuentas más que a mí mismo, y eso siempre quita presión.
Supongo que estaréis buscando vuestras etiquetas de "EXAGERADO" para ver si le ponéis la cola a este burro. Bien, dejadme que os cuente una anécdota:
Una amiga mía suele bromear con respecto al trabajo de los informáticos: "Ah, sí, vosotros arregláis lavadoras ¿no?". El otro día salió esto a colación mientras hablaba con un colega (de profesión y estudios). Él, a punto de acabar la carrera, resopló y dijo: "Que quieres que te diga, si me pagasen lo mismo, preferiría arreglar lavadoras".
No tenemos un bisturí en la mano, no sentimos esa clase de tensión, pero si alguno de vosotros se ha puesto en plan tozudo intentando resolver un crucigrama o un jeroglífico difícil sin conseguirlo, multiplicad esa sensación de ahogo por cien, por mil o por lo que queráis y ahí nos veremos. La mayor parte del tiempo es como estar mirando los focos del camión que te va a atropellar: sabes que tienes que actuar cuanto antes, pero parece que te hayan lastrado con una tonelada.
Así que me despido de vosotros y me dispongo a dar cabezazos a la mesa ¡con la botella de ron!
Etiquetas:
deformación profesional,
patinaje
Suscribirse a:
Entradas (Atom)