sábado, noviembre 04, 2006

Superpoderes y monopolios

Me llamo Storm, Jonhy Storm. Para aquellos de vosotros que no sigan habitualmente los comics, soy la Antorcha Humana, de los Cuatro Fantásticos. La historia dice que conseguí mis poderes con una explosión de rayos cósmicos, pero no es la única forma.

A lo largo de la historia ha habido diversas encarnaciones de la Antorcha Humana, empezando por lo que se llamó la Edad de Oro de los Cómics, allá por los 40. Era otro tipo con los mismos poderes, que tenía historietas en las que salía un recién nacido Capitán América repartiendo toñas a los nazis. No recuerdo de donde salieron los poderes de esta Antorcha, pero me jugaría algo a que fue el clásico recurso de un experimento y voilá! poderes en su punto. Después de que este personaje cayese en el olvido, nací yo, allá por el 63, dentro de los Cuatro fantásticos, de la mano de Stan Lee y Jack Kirby. Ahí aparecieron los rayos cósmicos que me convirtieron en un zippo humano, hicieron a mi hermana invisible, a su novio de goma y a un colega de roca... Historia conocida por todos o fácilmente consultable en wikipedia.

Lo que yo no sabía es que en el mundo moderno ha habido más casos. Dejaremos de lado a la gente que se quema a lo bonzo, puesto que el fuego debe provenir de dentro. Existe el caso de un joven que lograba inflamarse las noches de los jueves. Según nos relatan, la ingesta de un determinado número de copas hacía que su piel rozase la incandescencia, a punto de encenderse. Sin embargo, parece que la pérdida de conciencia que provoca el alcohol evitaba que este muchacho pudiese tomar control completo de sus poderes (por suerte para mi monopolio).

El problema es que el dueño de este espacio también amenaza mi posición. Con la inestimable colaboración de uno de sus profesores ha ido desarrollando una quemazón tal que ya arroja llamas por los ojos, y está a un punto de poder arrancar el vuelo al grito de "¡Llamas a mí!". Y no os esperéis otro experimento científico con el pobre Haruma de voluntario, no. El profe lo ha conseguido por sus santos cojones, avivando las llamas a golpe de agravio comparativo y puyas, para ver si logra que el chaval salte. Pero lejos de saltar, el tío se muerde la lengua, y ya va más quemado que el fondo de la sartén de la abuela.

Así que, si lo véis por la calle, tened cuidado, el día menos pensado reduce una manzana entera a cenizas de pura mala baba.

O eso o me quita el puesto, y a mí me gusta ser el ligón del grupo.

¡LLamas, a mí!

Desaparecido en combate

Una mañana de julio me despertó una llamada:
"Soldado, el tío Sam le necesita. Su misión, si decide aceptarla, consistirá en infiltrarse tras las líneas enemigas para reparar el derivador de forlayos y reajustar el condensador de fluzo. Una misión rutinaria".

Me habían pillado dormido, así que balbuceé algo sobre consultarlo con mis superiores, que opinaron que la nueva misión podía curtirme un poco, así que decidí aceptarla.

Mis primeros días sobre el terreno eran como la llegada de Forrest Gump a Vietnam: playa y barbacoas, y el teniente Dan enseñándome el cotarro: "Coser y cantar muchacho. Tú pégate a mi culo y saldrás de aquí entero y con material para entretener a tus nietos".

El teniente Dan asomaba poco la nariz, pero mis compañeros me comentaban que tenía muchas responsabilidades con las altas esferas de oficiales, y yo me preguntaba como se supone que iba a arreglar el derivador de forlayos desde la playa.

Asi transcurrió el tiempo. El clima era agradable y los Charlies no parecían tener interés en molestarnos: estábamos de veraneo. Entretanto, yo estudiaba concienciudamente los planos del condensador de fluzo y del derivador de forlayos, memorizando coordenadas, circuitos puntos críticos e incluso el número de tornillos de cada uno. Principalmente, se trataba de tener la conciencia a raya.

La primera señal de alarma llegó con un fallo eléctrico. "Mierda, sin luz no puedo estudiar los planos. Esperaré a mañana". Pero durante un par de semanas ya no amaneció. Esto tenía que ser un nuevo truco de los Charlies, al fin y al cabo, no serían tan torpes los nuestros como para cortarnos la luz y arrojarnos una cortina de humo, ¿no? Con esto sí que la habíamos jodido, ya ni siquiera podía callar mi conciencia, que me repetía que no hacía nada. "Bueno, de los Charlies que se ocupen los demás. Yo sólo vengo a por el derivador de forlayos".

Cuando se hizo la luz, el teniente Dan asomó por allí. Repartió palmadas en la cabeza, sonrisas y confianza. Luego se encaminó a mi y me preguntó por el estado de los forlayos y el fluzo.
"Verá señor, que aquí no se veía tres en un burro, y los cacharros están veinte kilómentros adentro del territorio enemigo..."
"Bueno, chico, un fallo lo tiene cualquiera. ¿Quién no ha confundido alguna vez un objetivo? Una putada lo de dos semanas en el dique seco. Por cierto, los forlayos y el fluzo, para el jueves, gracias, que atacan los Charlies los necesitamos operativos.
"Jefe, ¿y a quién manda conmigo?"
"Estamos escasos de personal, así que te vas tú con tu maletín de herramientas, un machete y tus dos cojones"
Peor compañía había tenido en otras ocasiones, así que con resignación comencé a avanzar por territorio enemigo, metro a metro, metido en barro hasta las cejas.

El tedio inicial se volvió locura cuando comenzó la ofensiva Charlie. Perdí la cuenta de los enemigos que tuve que despachar a machete, con el corazón marcando nuevos récords de velocidad y potencia. "Si salgo de esto, invento el motor a adrenalina". Cuando todo parecía perdido oí una voz familiar que me llamaba:
"¡Arriba, chaval! Yo te cubro, tú dale al fluzo". Era el teniente, fusil en ristre y rodilla en tierra, noqueando Charlies según asomaban la jeta, y yo con un destornillador, un alambre y un palillo reparando millones en tecnología militar...

Los minutos se alargaron hasta pesar como días, y habría perdido la cuenta del tiempo que pasó si alguna vez la hubiese llevado. Mis manos operaban en modo automático, mientras que lo único que percibía del exterior era el tronar del fusil del teniente, que ya sonaba cansado.

"¡Eureka!". En medio del éxtasis ya alucinaba con un Arquímedes vestido de Rambo, pero lo había conseguido, el condensador de fluzo ya estaba alineado con los satélites. Sólo quedaba el derivador de forlayos...

Mientras nos arrastrábamos semiinconscientes hacia las coordenadas marcadas, el teniente hacía recuento:
"¡Mierda! Sólo me queda un cargador. Espero que no tardes mucho..."
Genial, menos mal que no me metía presión, el jodío. Hecho lo del fluzo, el derivador de forlayos era rutinario. Aprieta un tornillo, enrrosca el alambre, pinza el reset con el palillo y haz un puente con tu propio empaste sujetado por un chicle.
"¿Funciona?"
"Sí, aunque el canal plus no lo decodifica..."
"¡Dita sea! A ver quien aguanta al pelotón sin porno... Venga, vámonos cagando leches..."
[...]

Conclusiones de mi experiencia:
- Cuando las cosas se ponen feas, descubres lo sumamente productivo que puedes llegar a ser.
- Aún queda algún jefe que se moja el culo en las trincheras, aunque estén en vías de extinción.
- Cualquier solución bajo presión funciona, pero ten por seguro que volverá para atormentarte en las noches de tormenta.
- Tener los huevos de corbata tiene dos efectos colaterales: te molesta al tragar saliva y te impide escribir un blog.

Ahí os queda eso