martes, agosto 08, 2006

Darle a la tecla

En cierta ocasión alguien me dijo que deberí­a replantearme la forma en la que escribo aquí­. Quizá escribo de una forma "poco literaria", pero fue mi decisión (ver el primer o segundo post). Tampoco es que si me lo propusiese fuera a ser candidato a un Pulitzer, pero podrí­a intentar cambiar el formato, hacer un discurso menos plano y hacer algún ejercicio de estilo... Es una disyuntiva en la que me veo de vez en cuando, pero para echar algo de luz sobre este tema tendré que dar un pequeño rodeo, como es habitual en mí­.

Desde pequeño me ha encantado leer. Solí­a devorar todo libro que caí­a en mis manos, y ya desde niño desarrollé una relación reverencial con la palabra escrita. Los libros eran como pequeños estuches de mago: cuando los abrí­as nunca sabí­as lo que iba a pasar, pero la mayor parte de las veces serí­a algo increí­ble, como Mickey en "Fantasí­a", pero sin destrozos. En parte digo lo del estuche porque se necesita que tú interactúes con los frasquitos y hierbas que encuentras dentro: al poner la mano sobre "El Señor de los Anillos" yo siento una pequeña descarga, un cosquilleo eléctrico; sin embargo, y nunca dejará de sorprenderme, hay un montón de gente a la que el libro no le dice nada, no hacen ninguna pócima con los ingredientes que encuentran en él.

Si retomamos a nuestro pequeño protagonista, por aquel entonces debí­a quintuplicar el í­ndice medio de lectura para su edad. Es lógico que leyendo mucho más que sus compañeros escribiese mejor que ellos, tanto en ortografí­a como en calidad de redacción. Pero mi yo jovencito casi nunca escribí­a: soñaba con escribir, pero no se poní­a a ello, en parte porque su letra nefasta hací­a que cualquier cosa que escribiese a mano se viese horrorosa (enésimo triunfo de la forma sobre el fondo), en parte porque quizá no tení­a nada que decir (al menos nada que quisiera compartir siquiera con una hoja de papel) y, sobre todo, quizá porque ya estaba lo bastante apartado de la manada como para meter otra valla.

No todo iban a ser desgracias. Habí­a ocasiones en las que me veí­a forzado a escribir. En clase me daban una excusa en forma de redacción, descripción, poema, romance, etc. Ahora con perspectiva puedo decir que ya entonces querí­a que alguien conociese lo que escribí­a, porque, en lugar de limitarme a cumplir con el trabajo, solí­a escribir sobre lo que realmente me importaba, arriesgándome a exponerlo públicamente ante una jaurí­a de alumnos de B.U.P. sedientos de sangre. Pero tení­a sus compensaciones: la principal era, aunque yo no fuese consciente, la satisfacción de observar mi trabajo hecho. De hecho recuerdo un ejercicio de Lengua en el que tení­amos que describir algo dos veces: de forma objetiva y subjetiva. Para marcar el contraste hice una descripción objetiva deliberadanmente aséptica (el objeto en cuestión era una cueva medio derruí­da) y luego en la versión subjetiva simplemente dejé que mi imaginación se diese una vuelta por Dios sabrá que recovecos de mi cabeza. Me gustó mucho ese trabajo, pero se me puso todaví­a más cara de tonto cuando la profesora (Amparo, si me estás leyendo ¡hola!) me lo devolvió corregido. "GENIAL!!!", poní­a, en rotulador rojo.

Genial... "¿Y seguiste escribiendo?" No. Un par de años después llevé una especie de semi-diario, una versión en bloc de bolsillo de este blog, pero más tosco, más personal-sentimental y mucho más escurridizo (lo siento, el único adjetivo que hace justicia). Hasta que empecé este blog, mi actividad literaria se restringió a anotaciones para partidas de rol y a ejercicios mentales de composición, fragmentos de verso, prosa o lo que se me antojase.

Hay muchas cosas de las que me arrepiento, y una de ellas es de haber bloqueado ciertos aspectos de mí­ para aliviar parte de la presión social. La literatura fue una ví­ctima fácil e inocente. Pero, ¿por qué no retomé un enfoque más artí­stico ahora que me he soltado? Es una buena pregunta, y no tengo la respuesta, aunque no por falta de candidatas: quizá temo no ser lo bastante bueno; puede que el plazo de publicación que tení­a pensado no encajase; tal vez querí­a una expresión más directa de mis pensamientos... No lo sé. Cuando leo lo que escriben otros casi me arrepiento de mi elección, pero sólo casi. En el fondo creo que cuando me lo pida el cuerpo me arrancaré por otros estilos, así­ que cualquiera sabe.

Pero me dejaba en el tintero una de las mayores razones para escribir cómo lo hago. Durante mucho tiempo, una de las cosas que me silenciaban era que "no tení­a nada que contar". No siempre era cierto, pero sí­ solí­a pasar que se me olvidaba lo que querí­a decir antes de darle forma, o que era demasiado vago para llevarlo a cabo. Escribir en un estilo tan plano me facilita trasladar lo que pienso aquí­ antes de que se vaya de mi cabeza.

Puede que no sea la forma más artí­stica de manifestarme, pero es la mí­a, o lo es por ahora. Y, francamente, (como decí­an en "Lo que el viento se llevó") me importa un comino. Pero de especias y gastronomí­a hablaremos en otra ocasión. Mientras tanto comed sano y escribid, que mi estupidez os ilumine.

No hay comentarios: