Últimamente me veo tomando taxis con cierta frecuencia, lo que ,aparte de golpear mi bolsillo con la furia de un experto en jet-kune-do, me ha permitido ir acumulando toda suerte de nuevas experiencias, así como rememorar viejas y vaticinar futuras.
Todo esto deriva de que el otro día, mientras iba en un taxi, éste cerró a otro conductor, que tuvo a bien mostrar su disgusto colocándose a la par del taxi en el siguiente semáforo e increpando al taxista con todos los calificativos que yo desaconsejaría si buscáis hacer amigos y consevar los dientes. El taxista, a su vez, los devolvía con un estilo tenístico que ni la Sharapova, aunque con menos gracia y salero (etcétera). En algún momento de tan interesante peloteo comenzó una interesante subasta de hostias (que si te las voy a dar; que si tu madre si que me las da; que porque llevas clientes, que si no...). Esto, si bien le daba cierta intriga a la situación (un nuevo giro argumental, que dirán los cinéfilos y/o aficionados a la novela) no dejaba de ser preocupante para mí y para mi acompañante, bien porque la voz de nuestro taxista no transmitía confianza (sonaba como si fues un poco achispao, aunque dudo que fuese cierto), bien porque me veía en un dilema si la cosa pasaba a mayores. A saber: arriesgo mis dientes defendiendo al taxista o me mantengo al margen, con dolor de conciencia y sin taxista. Cuando ya me estaba mentalizando para la opción A, hubo suerte y lo zanjaron con una ración extra de insultos, lo cual me alivió bastante pero dio origen a uno de los viajes en taxi más tensos que recuerdo (algún día tendré que hacer alguna clase de top ten o similar).
Este suceso se me quedó rondando por la cabeza y llamó mi atención sobre lo difíciles que se pueden poner las cosas cuando tu vida (o tu viaje) es confiada a manos desconocidas. Te la juegas en cada lance de la conversación porque, admitámoslo querido público, va a haber conversación. Sí o sí. Por cojones. Por los cojones del taxista.
La conversación no está tan mal cuando te toca un taxista agradable, simpático o razonablemente chalado (tirando pal lado bueno), pero demasiado a menudo se ancla en la modalidad que he bautizado "La conversación rusa". Ésta suele aparecer de forma inofensiva, como la típica conversación del tiempo. Es la fase uno, hacer que la víctima se confíe con una típica conversación de ascensor ("Hay que ver como ha refrescado", "Ya lo creo, a ver si acaba el invierno"). Entramos luego en la fase dos, o fase crítica, en la que se nos presenta un conjunto de opciones en el que sabemos de antemano que hay algunas con las que te juegas la vida; el problema es que no sabes con cuáles ("¿Qué te parece lo del Dépor?","Hay que joderse con el Madrid este año..."). Si habéis llegado a este punto, sabed que estáis bien jodidos.
No es que no se pueda salir del brete, pero suele requerir unas dosis de habilidad, oportunidad y suerte fuera de lo común, amén de un cierto conocimiento de la situación. Seguro que todos conocéis la típica pregunta trampa made in novias: "Cariño, ¿estoy gorda?". No me extenderé en el tema, porque está muy bien tratado en un capítulo de Friends, pero sólo los reflejos pueden salvarte en este caso (practicad ante el espejo, debéis ser capaces de soltar un "No" convincente con un tiempo de respuesta inferior a medio segundo).
En realidad, y sacando el tema de las novias, esto se parece más a una conversación/cena/acontecimiento con los suegros, porque además de la rapidez, tienes que elegir una opción. Situación:
Cenas con los padres de la chica (Dios y no yo sabrá por qué te has metido en semejante berenjenal). Entonces, el padre va a trinchar el pollo y te pregunta, con voz de corderito y ojos de carnicero (pero carnicero de Auswichtz) "¿Qué prefieres MUSLO o PECHUGA?". Es peor que el ya clásico "¿Qué intenciones tienes para con mi hija?". Salir airoso depende de la inspiración del momento, pero más te vale que ésta se concrete en algo del estilo de "Soy vegetariano", porque si no el trinchado puedes acabar siendo tú. Pero estoy divagando...
El caso con las conversaciones-trampa de los taxis es que se las ve venir por los temas que tocan, a saber: la juventud de hoy en día (hazte el sueco), política (no emitas ningún sonido inteligble) y fútbol (huye, salta del taxi en marcha). Si no puedes hacer nada de esto, Dios te pille confesao, pero las consecuencias pueden ir desde que tengas que sufrir un viaje-sermón, de adoctrinamiento sobre lo equivocada de tu posición, hasta que te planten el taxi y te pongan de patitas en la calle.
Por todo esto, sin ánimo de parecer antisocial, mis viajes preferidos son los que más se parezcan al tren: sin conversación y mirando por la ventanilla. Cualquier cosa que se aleje de aquí, por bien que pinte, puede acabar en desastre.
Y con esto os voy dejando por hoy, que ya me he extendido a conciencia. Si alguien quiere compartir sus experiencias adelante, será bien recibido (todavía hay un chocapic esperando al primer comentario :P).
martes, febrero 07, 2006
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2 comentarios:
Mmm, a mí los taxistas no me dirigen la palabra...¡Estoy inmunizada! Yuhu!!
(me debes unos cuantos chocapises)
...Se me olvidó decir:
Soy como a los taxistas como los paladines a los no muertos!!
(frikada: -chocapis)
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